miércoles, 28 de octubre de 2009

MARÍA Y ÁTALA: MUJERES DEL ROMANTICISMO

Análisis comparativo entre las obras: “María” de Jorge Isaacs y “Átala” del Conde de Chateubriand.

Laura Raquel Kagerer

Introducción

El Romanticismo ha sido una época muy marcada con una serie de características muy singulares.
Dentro de esta época literaria encontramos dos obras muy significativas: “María”, de Jorge Isaacs; y “Átala”, del Conde de Chateubriand.
El siguiente trabajo es el desarrollo de un análisis de cada obra, con comparaciones, buscando semejanzas y diferencias entre ellas. Además, se analizan a partir de críticas realizadas a las obras, como también desde las características propias del movimiento literario.

El Romanticismo

“El Romanticismo sostiene con frecuencia la primacía de la intuición y el sentimiento frente a la razón y el análisis, lo irracional le atrae más que lo irracional, lo trágico más que lo cómico, lo oculto más que lo presente, lo implícito más que lo explícito, lo sublime más que lo bello, lo dramático más que lo apacible.”
Juan Ferrater Mora, Diccionario de Filosofía.

En literatura, el Romanticismo es una reacción frente a las formas rígidas del clasicismo. La Filosofía considera que nació como defensa del sentimiento y de la imaginación frente a la razón, el análisis y la especulación.
Como características generales del Romanticismo podemos nombrar:
· Surge en un contexto de crisis socio-económica, en el que los ideales no coinciden con la realidad. Por lo que los artistas, intentarán evadirse de ella.
· Frente al imperio de la razón, proclamado por los neoclásicos, se impone la imaginación. El sentimiento sustituye a la inteligencia y a la lógica. Las pasiones y emociones pasan a primer plano.
· La poesía se hace personal o, más que personal, individual. Sitúa al individuo en el plano más destacado de la creación. El “yo” recobra el valor literario perdido, centra toda la atención del artista.
· El artista, a priori, no acata normas como antes. Ahora se deja llevar por su propia inspiración. El autor es el único juez de sus creaciones.
· Lo clásico, que se admitía como dogma hasta ese momento, pierde vigencia. Se abandona la mitología. Se sustituye lo pagano por lo sobrenatural cristiano.
· El artista buscará temas de inspiración libremente. Primero en sí mismo, luego en la naturaleza circundante, en las costumbres y en la historia.
· El vacío dejado por las obras clásicas se llena con el estudio de otras literaturas, especialmente de la española y los mitos nórdicos.
· Se diluyen los géneros. Se mezcla lo cómico con lo trágico, se une el verso y la prosa, lo noble y lo vulgar, etc. La novela se interesa por lo social, por lo histórico y lo filosófico.
· Compenetración entre el artista y el paisaje que lo rodea. De ahí, el valor que cobran los motivos agrestes, tristes, o salvajes: la luna, el sepulcro, la noche.
· Validez de todos los lenguajes y formas estilísticas, con predilección de las populares. Se adoptan nuevos modos lingüísticos.
· Se considera romántico, fundamentalmente lo sentimental, o cuando trata el tema amoroso. Ciertamente, el amor es el gran tema romántico, con sus pasiones y arrebatos, con la exaltación de sentimientos. Pero sobre todo, lo es el amor desdichado, infeliz, el imposible de concretarse. Por tanto, el romanticismo muestra su interés por el amor melancólico, angustiado, nostálgico, infeliz y trágico, que nunca llega.

Fue considerada una revolución artística, política, social e ideológica muy importante y aún hoy viven muchos de sus principios: libertad, individualismo, democracia, nacionalismo.
Hay autores que toman como temas románticos al egocentrismo, la libertad, el amor y la muerte (siempre unidos), y la religión.
Se puede hablar de una herencia romántica. Las actitudes románticas se siguen manifestando en literatura, música, pintura, etc. El término se sigue utilizando y sus connotaciones han evolucionado, a veces banalizándolo.
El advenimiento de la modernidad está contenido en el Romanticismo, por cuanto este supuso una regeneración o una reconstrucción frente a la decadencia estética del Neoclasicismo. Pero el Romanticismo no sólo supuso la irrupción de la modernidad a principios del siglo XIX, sino la creación de la esencia de lo moderno incluso tal como se entiende hoy día, por cuanto legitimó la libertad de la forma artística, concibió al hombre como una unidad en el seno de una unidad superior, y le hizo aspirar al infinito mediante la reconciliación de su mundo interior con el mundo exterior. Todo el arte actual deriva en cierto modo de la revolución que supuso el Romanticismo.
La clave unificadora del complejo fenómeno que es el romanticismo radica en que éste invierte el orden de aproximación humana a la realidad. El individuo modela el mundo, lo interior condiciona lo exterior sin admitir nada que de fuera constriña el Yo. Libertad interior, libertad, meta suprema. Esta libertad ha presidido el proceso libertador del mundo actual hasta hoy mismo: liberación del individuo frente a la sociedad, de la mujer frente al hombre, de la región frente a la nación, de la colonia frente a la metrópoli y del obrero frente al burgués. Liberación en la palabra, admitiendo lo vulgar y aun lo soez. Liberación en la religión, admitiendo la convivencia de cultos. Liberación en la educación, permitiendo el desarrollo de la personalidad. Pero toda esta liberación tiene un precio, que suele ser un hondo sentimiento de soledad y vacío. Romper con un orden, con una seguridad, con una obediencia lleva consigo ese doloroso desgarramiento en que el individuo se encuentra de pronto consigo mismo, sin nadie más. Aquí radica sin duda el pesimismo, la angustia, la melancolía, el "mal del siglo" con su insatisfacción imposible de colmar, que tan admirablemente expresaron los románticos y tras ellos sigue expresando la cultura occidental moderna.

María y Átala

El Romanticismo, en literatura, ha desarrollado la novela como género por excelencia, lo que se puede ejemplificar fielmente con las dos obras escogidas.
En toda obra romántica se encuentra la imaginación sobre la razón, el sentimiento sustituye a la inteligencia y a la lógica. Las pasiones y emociones pasan a un primer plano.
“…Los gastos que tu educación me causan en nada empeorarán mi situación, y una vez concluida tu carrera, la familia cosechará la semilla que voy a sembrar.
-Haré cuanto esté a mi a alcance – le contesté, completamente desesperanzado ya…” (María – Cap. XXVIII)

“¡Inexplicable contradicción el corazón humano! Yo, que tanto había deseado decir las cosas del misterio a la mujer a quien amaba ya como al sol, turbado y mudo a la sazón, hubiera preferido ser arrojado a los cocodrilos de la fuente, a encontrarme solo con Átala…” (Átala, - Los cazadores)

El Egocentrismo

Como primera gran coincidencia con respecto a este tema, es que ambas novelas han sido escritas en primera persona del singular. Hay una aparición de un YO central y principal con el que se desenvuelven ambas historias.
Maria está totalmente redactada en primera persona, mientras que Átala tiene mezcladas las personas; el prefacio está en 1ª persona; el prólogo en 3º persona; la narración y el epílogo finalmente, en 1ª persona, este último no como el narrador, mas sí como autor.

El alma del hombre es su enemigo interior, que se identifica con una obsesión incurable por lo imposible, que priva del goce de la vida al individuo y hace que ésta le sea adversa. El alma romántica no es dada desde fuera al individuo, sino que éste la crea cuando tiene consciencia de sus sentimientos.

“…Como la resolución de mi padre sobre mi viaje no se apartaba de mi memoria, debí de parecerle a ella triste…
- ¿Te ha hecho mal el viaje?
- No, María…
Iba a decirle algo más, pero el acento confidencial de su voz, la luz nueva para mi que sorprendí en sus ojos, me impidieron hacer otra cosa que mirarla…
Cerré las puertas. Allí estaban las flores recogidas por ella para mi; las ajé con mis besos,…
¡Primer amor!… Noble orgullo de saberse amado; sacrificio dulce…único tesoro…delirio delicioso…¡María!¡María!¡Cuánto te amé!…” (María – Cap. VI)

“…¡Ay! Aún cuando los hombres no puedan ya ver, pueden llorar! Durante muchas noches la hija del saquem vino a verme, pero sin proferir palabra. El sueño había huido de mis ojos, y Átala se pintaba en mi corazón, grata como un recuerdo del hogar paterno…” (Átala – Los cazadores)

Es consecuente una exaltación del yo. La presencia del yo es parte de la novela romántica, por el que el autor puede expresar su yo poético y darle así a la obra tonos líricos. Así mismo, se percibe in ocasiones la confusión entre el protagonista y el autor, por esta razón se narra en 1ª persona:

“…Algunos momentos después, seguía yo a mi padre. Las pisadas de nuestros caballos en el sendero guijarroso, ahogaban mis últimos sollozos. Dábamos ya la vuelta a una de las colinas de la vereda; volví la vista: María estaba bajo las enredaderas que adornaban las ventanas del aposento de mi madre.
Después de pasados seis años, los últimos días de un mes de agosto me recibieron al regresar a mi nativo valle…” (María – Cap. I y II)

“…Si vivos fueron mis ensueños de ventura, harto breve fue su duración: el desencanto me esperaba a la puerta del solitario. Grande fue mi sorpresa, cuando al llegar a ella a mediodía, no vi salir a Átala a nuestro encuentro; esto me hizo experimentar cierto indefinible y repentino horror. Al acercarme a la gruta, no me atreví a llamar a la hija de López, porque mi imaginación temía igualmente el ruido y el silencio que a mis gritos sucediese. Y más aterrado aún por la obscuridad que a la entrada del peñasco reinaba, dije al misionero:…” (Átala – El drama)

La definición del Yo poético desde el punto de vista de la alienación conduce a la ironía romántica como modo estético, de la misma forma en que un Yo prometeico que se niegue a renunciar al deseo tiende a adoptar el concepto romántico de la imaginación. Una construcción de la relación sujeto-objeto que esté fundada en la separación, la distancia, la irrealización, se convierte en una conciencia irónica en el momento en que trata de trascender la autocompasión. Parafraseando a Schlegel, así se explica la aparición de la conciencia irónica:
"El sujeto de la ironía romántica es el hombre aislado, alienado, que se ha convertido en el objeto de su propia reflexión y cuya conciencia de sí le ha privado de su capacidad de actuar. Aspira nostálgicamente a la unidad y a la infinidad: el mundo se le presenta como dividido y finito... En un acto de reflexión crecientemente expansivo trata de establecer un punto de vista más allá de sí mismo y de resolver en el ámbito de la ficción la tensión que se da entre él mismo y el mundo. No puede superar la negatividad de su situación mediante un acto en el que se produzca la reconciliación del logro finito con la aspiración infinita".
El Yo representado por el texto romántico es, por tanto, inevitablemente, el sujeto autor en el proceso de construirse a sí mismo: el esfuerzo de sobrepasar la conciencia de sí alienante mediante los poderes de la imaginación, es decir, el poder mental de introspección y reconstrucción del mundo externo. Esa búsqueda, a través del arte, de un Yo independiente y ordenador genera el sentimiento romántico y la ironía romántica: la sinceridad romántica apasionada proclama que el arte puede ser equivalente a la experiencia, mientras que la ironía romántica juega con la laguna que hay entre arte y experiencia. Así, pues, el texto romántico anima al lector a confundir al verdadero escritor-persona con el sujeto narrador o el sujeto de la acción creado por el texto (confesionalismo): el Yo lírico o el protagonista, de modo que se tiene a identificar el arte con la vida

La novela de Jorge Isaacs principalmente, según la mayoría de los críticos literarios (Martha Pulido, Adriana Vida, Ricardo Rodríguez Morales, Giovanni Restrepo Orrego, entre otros) es en realidad un relato autobiográfico del autor.
Las experiencias del autor aparecen frecuentemente en una novela romántica.
Diversos aspectos de la vida de Isaacs se evidencian a través de la obra: lugares, personas que dejaron huella en su vida, situaciones y/o conflictos.
Varios factores determinantes actúan en el carácter y la producción literaria de Jorge Isaacs: la ascendencia judía de su padre, Jorge Enrique Isaacs; la herencia española de su madre, Manuela Ferrer; su enraizamiento telúrico colombiano, en el estado del Cauca. Su entrañable identificación [2] arranca de su nacimiento en Cali, en 1837, y se consolida con constantes retornos: en sus intentos de reconstruir la hacienda familiar, después de la muerte de su padre; como inspector del camino del río Dagua; el regreso a la hacienda «El Paraíso», enfermo de paludismo, en 1865; y unos años después de la publicación de María, como superintendente de Instrucción Pública de Cauca y Popayán.
El segundo ambiente que influye poderosamente en la obra de Isaacs es Bogotá. Sus estudios secundarios en el Colegio del Espíritu Santo, su ingreso en la Facultad de Medicina, el deambular por la ciudad, por los círculos literarios, le descubren nuevos horizontes: el contacto con las obras literarias, el aprendizaje poético juvenil, la afición al periodismo, la dedicación a la política, la práctica de sus excelentes cualidades oratorias. Colabora en la revista El Mosaico y publica el volumen Poesías (1864), tres años antes que su novela. A lo largo de treinta años se mantendrá fiel al género lírico, orientado por las influencias de Shelley, Lamartine, Víctor Hugo...
Dos actividades absorbentes frenan la producción literaria de Jorge Isaacs: el activismo político, de lucha abierta en grupos liberales y como representante en la Cámara Nacional, y la búsqueda de minas de utópico rendimiento, a lo largo de la costa atlántica, desde La Guaira al golfo de Darién, hasta su retiro en Ibagué, la capital del estado de Tolima, en 1895.
La residencia familiar de «El Paraíso», orientada hacia el valle y las verdes colinas, le proporciona los elementos topográficos y ambientales. El autobiografismo se proyecta sobre Efraín. Este agente-narrador, lo mismo que el novelista, abandona el valle del Cauca para estudiar en un colegio bogotano. Intenta cursar Medicina, escribe poesías, trabaja en la hacienda. Se repite, además, la coincidencia de que su padre procede también de Jamaica; se convierte al catolicismo al contraer matrimonio; es creador de nuevas formas de riqueza; sufre reveses económicos;
Es clave para establecer este autobiografismo el capítulo VIII: el agente cuenta cómo su padre vino muy joven a Sudamérica y se casó con la hija de un capitán de un navío español, después de adjurar del judaísmo, y establece el parentesco con María, hija del primo Salomón, nacida en Jamaica y traída al Cauca después de su orfandad.

No así es la novela del Vizconde de Chateaubriand, donde la vida del autor se basa en una vida política y social, con otro poco de literatura, y en la novela no se encuentran suficientes datos para llamarla “autobiográfica”.
Alguna semejanza sí puede ser mencionada en el hecho de que el personaje, Chactas, va escapando y “misionando”, similar a los exilios del Vizconde, entre luchas y literatura.

La libertad

El romántico se concibe como un ser libre, el cual se manifiesta como un querer ser y un buscador de la verdad. No puede aceptar leyes ni sumisión a ninguna autoridad. Muchos románticos heredaron la crisis de la consciencia europea que la Ilustración provocó al cuestionar, en nombre de la razón, los dogmas religiosos.
Chactas, en Átala, no se convierte al catolicismo, por una suerte de resistencia al cambio y a las fuerzas mayores, mas al final, tanto amor por Átala y viendo que se muere, quiere confiar en ese dios que se la está quitando de cierta forma; aquí es donde el anciano lo convence de una vida en el más allá. Ya Efraín no asume el lazo co-sanguíneo que su padre pone en primer lugar siempre que deja implícita su oposición a la relación con María.

“…Tú amas a María…María es casi mi hija…Responde tú ahora, meditando mucho lo que vas a decir, a una sola pregunta; responde como hombre racional y caballero que eres; y que no sea lo que vas a decir dictado por una exaltación extraña a tu carácter, tratándose de tu porvenir y el de los tuyos. Sabes la opinión del médico; te es conocida la suerte de la esposa de Salomón: si nosotros consintiéramos en ello, ¿te casarías hoy con María?
- Sí, señor – le respondí.
- ¿Lo arrostrarías todo?
- Todo, todo…”
“…Estremecido, partí al galope por en medio de la pampa solitaria, cuyo vasto horizonte ennegrecía la noche.” (María – Cap. XI y XLIV)

López, movido a piedad al ver mi juventud y sencillez me ofreció un asilo y me presentó a una hermana suya, con quien vivía, sin esposa.
Entre ambos me cobraron el más tierno cariño, y me educaron con exquisito celo…permanecía inmóvil horas enteras contemplando las cimas de los montes lejanos, ora me sentaba a la margen de un río, cuya corriente contemplaba con honda melancolía, pues mi fantasía me pintaba los bosques que sus aguas habían atravesado, y mi alma vivía exclusivamente en la soledad.” (Átala – Los cazadores)

El mito prometeico arroja aspectos negativos: el Titán, Lucifer, por su rebeldía son condenados al castigo y al dolor eternos. Del mismo modo, el sujeto del deseo romántico inextinguible padece una fiebre fatal, pues el deseo nunca alcanza su objetivo de fusión con el objeto. De modo que el sujeto romántico del deseo, representado como rebelde contra las limitaciones del mundo objetivo, fracasa siempre en su intento de imponer su propia imagen a la realidad.

El amor y la muerte

El romántico asocia amor y muerte. El amor atrae al romántico como vía de conocimiento, como sentimiento puro, fe en la vida y cima del arte y la belleza. Pero el amor acrecienta su sed de infinito. En el objeto del amor proyecta una dimensión más de esta fusión del Uno y el Todo, que es su principal objetivo. Pero no alcanzará la armonía en el amor.
El romántico ama el amor por el amor mismo, y éste le precipita a la muerte y se la hace desear, descubriendo en ella un principio de vida, y la posibilidad de convertir la muerte en vida: la muerte de amor es vida, y la vida sin amor es muerte.
En el amor romántico hay una aceptación de la autodestrucción, de la tragedia, porque en el amor se deposita la esperanza en un renacer, en la armonía del Uno y el Todo. En el amor se encarna toda la rebeldía romántica: "Todas las pasiones terminan en tragedia, todo lo que es limitado termina muriendo, toda poesía tiene algo de trágico" (Novalis). En la muerte, el alma romántica encuentra la liberación de la finitud.
Tanto María como Átala son un ingenuo idilio sentimental, romántico. Son el espontáneo y sentido recuerdo de un primer amor purísimo, ideal, en el más alto grado del romanticismo. Pero lo anterior no excluye totalmente cierto sensualismo, algo de fetichismo, por supuesto muy delicado y cándido, donde ambos agentes-narradores se extasían a la simple presencia de la mujer amada.
No se duda de elogiar sus cuerpos, sus manos, con amplias descripciones sensoriales que indican pasión velada con delicadeza de palabras respetuosas.
El amor es eterno. Y en las mujeres amadas encontramos el amor que aguarda, la paciencia pura, la resignación que jamás es vencida y que, por el contrario, se acrecienta con los obstáculos. En ellas el amor todo lo puede porque es espiritual:

“…
- No es cierto – volvió a preguntarle mi padre – que prometes a Efraín ser su esposa cuando él regrese de Europa?
Ella volvió, después de unos momentos de silencio, a buscar mis ojos con los suyos, y ocultándome de nuevo sus miradas negras pudorosas, respondió;
- Si él lo quiere así…
- Tú sabes que lo quiero así. ¿No es cierto? – le dije.
- Sí, lo sé – contestó con voz apagada.
- Di a Efraín ahora – le dijo mi padre sin sonreírse ya – las condiciones con que tú y yo hacemos esa promesa.
- Con la condición – dijo María – de que se vaya contento…cuanto es posible.
- ¿Cual otra, hija?
- La otra es que estudie mucho para volver pronto…
- Sí – contestó mi padre, besándole la frente –, y para merecerte. Las demás condiciones las pondrás tú…
Yo no tuve palabras que responderle y estreché fuertemente entre las mías la mano que é me extendía.
Mi madre abrazó nuestras cabezas, juntándolas de modo que tocaron mis labios las mejillas de María.
Largo tiempo debió de correr desde que mi mano asió en el sofá la de María y nuestros ojos se encontraron para no cesar de mirarse hasta que sus labios pronunciaron estas palabras:…” (María – Cap. XXX)

“… No obstante, la soledad, la presencia continua del objeto amado y nuestros mismos infortunios redoblaban a cada instante nuestro amor…Por lo que a mi respecta, extenuado de cansancio, pero reanimado por el amor, y pensando que tal vez estaba irremediablemente perdido en aquellos bosques, cien veces me sentí inclinado a estrechar a mi esposa entre mis brazos, y cien le propuse construir una barraca en aquellos lugares, y ocultarnos en ella para siempre; pero se negó constantemente a secundar mis proyectos, diciéndome:…” (Átala – Los cazadores)
“…Yo vagaba embelesado en medio de aquellas apacibles escenas, a que añadían nueva dulzura la imagen de Átala y los ensueños de felicidad en que mecía mi corazón…” (Átala – Los labradores)

Pero como es muy común, el amor y la muerte van unidos en una conjunción trágica. Desde el comienzo de cada novela se percibe, aunque la muerte no haya sido mencionada, cierta atmósfera densa, cierta inclinación a lo desconocido, anunciando turbulencias y estados de ánimo agónicos.
Y aún en María, la aparición del “ave negra” en tres ocasiones da mayor énfasis a lo trágico.

“…Algo oscuro como la cabellera de María y veloz como el pensamiento cruzó por delante de nuestros ojos. María dio un grito ahogado y, cubriéndose el rostro con las manos, exclamó:
- ¡El ave negra!
Un calofrío de pavor me recorrió el cuerpo. (María – Cap. XXXI)

La religión

Las posturas románticas acerca de la religión son variadas. No obstante, en general la creencia no la fundan los románticos en ninguna norma establecida, en ninguna moral instituida, sino en un sentimiento interior y en una intuición esencial de lo divino que conduce a una unión mística con Dios.
Lo que hay de esencialmente nuevo en la religión de los románticos, es este sentimiento interior. El intercambio o comunicación entre el individuo y el universo denota una vida superior, y la primera condición de la vida moral. La conciencia de pertenecer a un todo, de formar parte de él desde la propia individualidad, conlleva una responsabilidad moral.

“…Concluida la cena, los esclavos levantaron los manteles, uno de ellos rezó el Padrenuestro, y sus amos completamos la oración…”
“…A tiempo que el ministro bendecía las manos enlazadas de los novios, Tránsito se atrevió a mirar a su marido; en aquella mirada había amor, humildad e inocencia; era la promesa única que podía hacer al hombre que amaba, después de la que acababa de pronunciar ante Dios.
Oímos todos la misa…”
“…Púselas al pie de la imagen de la Virgen, y por última vez, le besé las mejillas. Cuando desperté, dos horas después, ya no estaba allí…” (María – cap. II, XXVI, XLI).

“…Mi religión me separa de ti para siempre…¡Oh, madre mía!
“…¿Quién podía salvar a Átala?…Solamente un milagro, y este milagro se realizó. La hija de Simagan recurrió al Dios de los cristianos: postróse en tierra y pronunció una ferviente plegaria a su madre y a la Reina de las vírgenes. Desde aquel momento, ¡oh René! Concebí una alta idea de esa religión, que en los bosques y en medio de todas las privaciones de la vida, puede colmar de mercedes a los desgraciados…¡Ah! ¡cuán divina me pareció la sencilla salvaje, la ignorante Átala, que de rodillas ante un añoso y derribado pino, como al pie de un altar, ofrecía a Dios sentidas oraciones por un amante idólatra!…” (Átala – Los cazadores)
“…Mi triste destino empezó casi antes que abriese mis ojos a la luz…y me dio a luz con tan fuertes dolores, que se desesperó de mi vida; mi madre hizo un voto para salvarme, y prometió a la Reina de los Ángeles que le consagraría mi virginidad, si me libraba de la muerte…” (Átala – El drama)
“…el buen viejo estremeció de alegría, y exclamó: ¡Oh, sangre de Jesucristo, sangre de mi divino Maestro, reconozco tus méritos! Tú salvarás sin duda a este joven. ¡Dios míos! Acaba tu obra; devuelve la paz a esta alma agitada, y no le dejes de sus infortunios sino humildes y provechosos recuerdos!…”
(Átala – Los funerales)

También hay una suerte de exotismo romántico, donde se busca un escape espiritual, por lo que fijan su mirada sobre lugares lejanos o épocas antiguas, con la finalidad de encontrar una inspiración diferentes a la que se podría manifestar en la realidad que los circunda.

“…Antes de ponerse el sol, ya había visto yo blanquear sobre la falda de la montaña la casa de mis padres…” (María – Cap. II)

“…permanecía inmóvil horas enteras contemplando las cimas de los montes lejanos, ora me sentaba a la margen de un río, cuya corriente contemplaba con honda melancolía, pues mi fantasía me pintaba los bosques que sus aguas habían atravesado, y mi alma vivía exclusivamente en la soledad…” (Átala – Los cazadores)

Naturaleza y color local

Aparece la idealización del ambiente natural, donde los paisajes aparecen descriptos por el autor de una forma subjetiva. La percepción del autor hacia el lugar donde se desenvuelve el idilio es percibida con el corazón y expresada a través de las imágenes, los símiles, las metáforas, entre otros:

“…Divisé en el tortuoso camino de las lomas a Tránsito y a su padre, quienes venían en el cumplimiento de lo que a María tenían prometido. Crucé el huerto y subí la primera colina para aguardarlos en el puente de la cascada, visible desde el salón de la casa…” (María – Cap. XXIII)

“…Algunas veces iba a buscar entre las cañas una planta cuya flor, prolongada a manera de cucurucho, era para nosotros un vaso lleno del más puro rocío, y bendecíamos la Providencia que había colocado sobre el frágil tallo de una flor aquel límpido manantial, en medio de las corrompidas lagunas; así se deposita la esperanza en el fondo de los corazones ulcerados por las amarguras, y así brota la virtud del seno de las miserias de la vida…” (Átala – Los cazadores)

"... Entonces caemos en una postración celestial..."
"Antes de ponerse el sol, ya había yo visto blanquear sobre la falda de la montaña la casa de mis padres."

"Y sus ojos estaban humedecidos aún, al sonreír a mi primera expresión afectuosa, como los de un niño cuyo llanto ha acallado una caricia materna."

Esta naturaleza perfecta es continuo marco del idilio:

“…Cuando llegamos a las pampas, el sol envolvía en resplandores metálicos los bosques que en fajas tortuosas o en grupos aislados interrumpían a distancia la llanura; los riachuelos que vadeábamos, abrillantadas por aquella luz, corrían a perderse en las sombras, y las lejanas revueltas del Zabaletas parecían de plata líquida y orladas por florestas azules.
En un momento en que María estuvo cerca de mí, me dijo:
¿En qué piensas tanto? ¿Es, pues, tan grande esa desgracia que te ha sucedido?
No pensaba en ella; tú me haces olvidarla…” (María – Cap. XXVI)
“…María y yo acabábamos de regar las flores. Sentados en un banco de piedra, teníamos a nuestros pies el arroyo, y un grupo de jazmines nos ocultaba. Su mirada tenía algo de la languidez que la embellecía en las noches en que velaba al lado del lecho de mi padre…” (María – Cap. XXXII)

“…Así cantó Átala, sin que nada interrumpiese sus lamentos, excepto el casi imperceptible rumor de nuestra canoa que desfloraba las tranquilas aguas. Sólo en dos o tres lugares fueron recogidos por un débil eco, que los repitió a otro más débil, e éste a un tercero, que lo era aún más: hubieras creído que la almas de dos amantes, infortunados en otro tiempo como nosotros, atraídas por aquella tierna melodía, se complacían en suspirar sus últimos acordes en la montaña…”
“…Al abrigo del encorvado tronco de un abedul, conseguí preservarla de los torrentes de lluvia, y sentado al pie del árbol protector, la sostenía sobre mis rodillas…
Atento oído prestábamos al estruendo de la tempestad, cuando sentí rodar sobre mi seno una lágrima de Átala. ‘¡Tempestad del corazón!-exclamé,- ¿es esta una gota de tu lluvia?’…” (Átala – Los cazadores)

El amor fue situado en un bello escenario telúrico, que es a la vez animista y anímico. El paisaje no destruye sino que convive con los personajes y, aun, les transfiere sus emociones; junto a las descripciones naturalistas y costumbristas, presenta otras que son realistas y establece juegos en los que aleja a los personajes del paisaje; los identifica por medio del dolor, la soledad, la muerte o transfiere situaciones humanas a otras telúricas (tempestad). Dentro de este contexto, cabe hacer referencia a un elemento que el escritor maneja con maestría: el recurso de los presagios, como la muerte y la enfermedad.

Para Chateaubriand, como escritor romántico francés, la naturaleza era un mito y tenían que imaginarla generalmente sin haber tenido contacto con ella, mas esta imaginación ha sido muy buena (gran característica de los románticos).
Isaacs tuvo una ventaja, puesto que a él lo rodeaba todo ese paisaje del valle que pudo plasmar en forma nada artificial.
Quedan demostrados profundos conocimientos sobre la fauna y flora en los diferentes relatos de ambas novelas.
La objetividad y la subjetividad en la descripción de los diferentes paisajes se encuentran influenciadas a partir de la presencia o no del ser amado.
La descripción de la naturaleza sirve así a la función narrativa. El paisaje narrado de la forma que aparece se sitúa más allá de una simple narración.
Ambas son obras en que la naturaleza y el sueño poseerán el don de profecía; en donde perfumes, colores y murmullos entretejerán el diálogo que el poeta entablará con el universo, permitiéndole así encontrar un refugio para expresar la explosión de sus emociones.

También ambos autores omiten gran parte de los topónimos, aunque los describan muy bien. Esto no implica que los lugares no existan, simplemente no son nombrados.
En María, esto ocurre principalmente por el pasado doloroso del autor, donde la familia había tenido algunos problemas económicos, pérdida de tierras, etc., y esto también está reflejado en la novela.

“…
Así suelen empezar estas fiebres, pero si se atacan a tiempo, se logra muchas veces vencerla. ¿Se ha fatigado mucho su padre en estos días?
Sí señor; estuvimos hasta ayer en las haciendas de abajo y tuvo mucho que hacer.
¿Ha tenido alguna contrariedad, algún disgusto serio?
Hace tres días recibió la noticia de que un negocio, con cuyo éxito necesitaba contar, se había desgraciado.
¿Y le afectó mucho esto? Discúlpeme usted si le hablo de esta manera; creo indispensable hacerlo.
Puede estar usted casi seguro de que esa desgracia de que le he hablado ha sido la causa principal de la enfermedad…” (María – Cap. XXVII)

Aquí también se puede hablar de una diferencia entre las obras. Mientras Jorge Isaacs retrata su suelo natal, su país, su estancia y lugares de la infancia, donde su personaje Efraín pasa sus mejores momentos; Chactas, de Átala, tiene sus experiencias en un suelo diferente al de la infancia y vida de su autor, el Vizconde de Chateaubriand, ya que la novela se desarrolla en tierras del Norte de América y no en Francia, país natal del autor.

Los personajes principales

Al realizar un análisis de los personajes principales de las obras: Efraín y María, de “María”; y Chactas y Átala, de “Átala”; se puede decir:
Efraín
La atracción sexual de María representa una actitud sana por parte de Efraín hacia la pasión amorosa; el amor espiritual no debe estar separado del amor físico.
“- ¿No es cierto – volvió a preguntarle mi padre – que prometes a Efraín ser su esposa cuando él regrese de Europa?
Ella volvió, después de unos momentos de silencio, a buscar mis ojos con los suyos, y ocultándome de nuevo sus miradas negras pudorosas, respondió;
- Si él lo quiere así…
- Tú sabes que lo quiero así. ¿No es cierto? – le dije.
- Sí, lo sé – contestó con voz apagada.
- Di a Efraín ahora – le dijo mi padre sin sonreírse ya – las condiciones con que tú y yo le hacemos esa promesa.
- Con la condición – dijo María – de que se vaya contento…coanto es posible…
Mi madre abrazó nuestras cabezas, juntándolas de modo que tocaron mis labios las mejillas de María.
Largo tiempo debió de correr desde que mi mano asió en el sofá la de María y nuestros ojos se encontraron para no cesar de mirarse hasta que sus labios pronunciaron estas palabras…” (María – Cap. XXX)
Los rasgos definidores de la psicología de Efraín (su orgullo como miembro de la aristocracia local, su interés en los humildes, su sensualidad, su condición de poeta, su amor a la naturaleza) están ampliamente documentados en la personalidad de su creador. Salta a la vista, entonces, que Efraín no es un estereotipo literario, como suele declarar la crítica, sino que es un autorretrato de su autor. Es cierto que Efraín coincide con el típico héroe romántico en su gran capacidad emocional y en su tendencia a creerse un dandi de la época.

María
María muestra ser dulce y sumisa desde su aparición inicial; al contrario de otras mujeres, ella no recibe placer de las pequeñas riñas de novios, y hace lo posible por evitarlas.

“…
- …dime, ¿Qué debo hacer para que estos años pasen? Tú, durante ellos, no vas a estar viendo todo esto…me dejas aquí, y recordando y esperando voy a morirme…

- No hables así María – le dije con voz ahogada, y acariciando con mi mano temblorosa su frente pálida –; no hables así; vas a destruir todo el resto de mi valor.
- ¡Ah!, tú tienes valor aún, y yo he podido conformarme – agregó ocultando su rostro en el pañuelo –, he debido prestarme a llevar en mí este afán y angustia que me atormentaban, porque a tu lado se convertía eso en algu que debe ser felicidad… Pero te vas con ella y me quedo sola… ¡Ay1, ¿para que viniste?
- María…, no te quejes a mí de mi regreso…¿Qué te he exigido, qué me has dado que no pudiera darse delante de El?
- ¡Nada! ¡Ay, nada! ¿Por qué me lo preguntas así?… yo no te culpo. Pero ¿culparte de qué?…
- Yo no volveré jamás a decirte eso… nunca te habías enojado conmigo…”
- (María – Cap. XXXII)

Ella cree en la superioridad intelectual de los hombres, y piensa que las mujeres no deben ofrecerles consejos.
El temperamento manso y pacífico de María no la coloca en una posición de desventaja respecto al novio más dominante; es precisamente su suavidad lo que más atrae y cautiva a Efraín. En pocas palabras, María es una mujer verdaderamente femenina, que sabe comunicar su amor sin que se note.
Esta característica de feminidad es lo que hace de María la mujer ideal.
Aunque inteligente, María no tiene educación formal, otro ideal romántico.
“…hablé a María y a mi hermana del deseo que habían manifestado de hacer algunos estudios elementales bajo mi dirección…
Nos reuníamos todos los días dos horas, durante las cuales leíamos algo de historia universal, y el Genio del Cristianismo. Entonces pude evaluar todos los talentos de María…” (María – Cap. VIII)

En el siglo diecinueve en Colombia, lo normal era que las niñas sólo aprendieran los oficios de la casa y que se dedicaran exclusivamente a sus familias.
“…En ocasiones, quehaceres domésticos llamaban la atención de mis discípulas, y mi hermana tomaba siempre a su cargo ir a desempeñarlos para volver un rato después a reunírsenos. Entonces mi corazón palpitaba fuertemente. María, con la frente infantilmente grave y los labios casi risueños, abandonaba a las mías alguna de sus manos aristocráticas; y su acento, sin dejar de tener aquella música peculiar, se hacía lento y profundo al pronunciar palabras suavemente articuladas que en vano probaría yo a recordar hoy, porque no he vuelto a oírlas…” (María – Cap. VIII)
Los instintos maternales de María cumplen otro requisito del Romanticismo, igual que su firme fe religiosa, su languidez amorosa.

Chactas
Luchador; amante y orgulloso de su realidad “pseudos-salvaje” (salvaje, ya medio civilizado). Encuentra en la simple voz de Átala el amor y la atracción por ella. Tampoco separa al amor espiritual del físico (continuamente habla de abrazar a su esposa), en una fuerte pasión amorosa.

Átala
Es dulce y sumisa, respetuosa de sus creencias y de las diferencias con otros. Fuerte y constante a su Fe religiosa no se deja vencer, aunque a veces decaigan sus fuerzas. Femenina en todo, sus ropas, sus formas y maneras, su cabello, sus pensamientos, es la mayor atracción para Chactas.
“…Cierta noche en que los muscogulgos habían establecido su campo a la entrada de un bosque, me hallaba sentado cerca del fuego de la guerra, con el cazador que me vigilaba, cuando de improviso llegó a mi oído el leve roce de un vestido sobre la hierba, y vi a una mujer, medio encubierta, que vino a sentarse a mi lado. Las lágrimas rodaban por sus mejillas, y un pequeño crucifijo de oro brillaba sobre su pecho, al resplandor del fuego. Aunque su hermosura no era extremada, advertíase en su semblante cierto sello de virtud y amor, cuyo atractivo era irresistible y al cual unía las más tiernas gracias: sus miradas respiraban una exquisita sensibilidad y una profunda melancolía, y su sonrisa era celestial.
Al verla, me di a pensar que era la virgen de los últimos amores, virgen que el cielo envía al prisionero para rodear de encantos su tumba…” (Átala – Los cazadores)

En estas breves caracterizaciones y ejemplificaciones se pueden notar las grandes semejanzas entre los personajes. Son visibles hombres fuertes, poderosos y convincentes; y mujeres amantes, dulces y femeninas.
Ellas están modeladas, idealizadas, por el temperamento de su amado, el agente-narrador.
En un nivel, aparecen transmutadas en figuras idealizadas, como mujer-ángel, como “emanación del alma”; en otro, se va humanizando, corporizando, con la acumulación de datos fijos. Surgen incluso, rasgos sensuales, como mujer “apta para prestarse a todas las modulaciones de la pasión”.


Críticas a Jorge Isaacs.

Las siguientes son críticas al autor de “María”, pero bien algunas pueden relacionarse también con la obra de Chateaubriand, “Átala”:

"Jorge Isaacs, en María, prefirió trabajar con la anticipación y el presentimiento. En ningún instante se oculta que María va a morir. Sin la seguridad de que va a morir, apenas si tendría sentido la obra. Yo recuerdo una línea memorable que está casi al principio Una tarde, tarde como las de mi país, bella como María, bella y transitoria como fue esta para mí...."

JORGE LUIS BORGES, escritor argentino

"Isaacs es un poeta cuya forma natural de expresión resulta ser la prosa. No quiero decir que sean sus poesías triviales ni prosaicas sino que el caudal de su sensibilidad queda estrecho en los límites del verso. Necesita prodigar las elipsis, los puntos suspensivos, el interrogante y la admiración para verter el ímpetu de sus sensaciones..."

BALDOMERO SANÍN CANO, crítico colombiano

"Hace cuatro años que era completamente desconocido; hace tres que se presentó en Bogotá con un volumen de versos que fueron recibidos con raro entusiasmo; y hace pocos días que ha dado un nuevo volumen en prosa, que contiene una novela bien elaborada, bien escrita, bien sentida. Regalos como éste no se hacen todos los días a las sociedad; y el regalo es doble, y doblemente precioso, porque si el libro vale mucho, el autor vale más..."

JOSÉ MARÍA VERGARA Y VERGARA, crítico literario colombiano de finales del siglo XIX

Conclusión

Pese a las opiniones de todo género, que critican a estas novelas de quedarse en lo costumbrista o en lo almibarado, su riqueza estructural y estilística, junto a los valores históricos que presenta, le dan una vigencia indiscutible.
Al conjugar espacio y tiempo, al confrontar a los personajes con su destino, al respetar las leyes de la acción sin olvidar incluirlas dentro de un marco histórico-social concreto y elevar a los personajes y situaciones a símbolos, estos autores han convertido sus novelas en un gran exponente de la Literatura Romántica, justificado por el análisis recién realizado.
Con mujeres románticas, paisajes increíbles muy bien descriptos, con tragedia, amor, religión, mucha naturaleza y sabios consejos, ambas obras son dignas de leer.
Y por último, se podría decir que han dejado una gran enseñanza:
No debemos aplazar el poder realizar sentimientos nobles o esperar eventos trágicos para demostrar el amor y el afecto.

Bibliografía

ABRAMS, M. H., El Romanticismo: tradición y revolución, Visor, Madrid, 1992.
BÉGUIN, A., El alma romántica y el sueño, Fonde de Cultura Económica, Madrid, 1993. BOWRA, C. M., La Imaginación romántica, Taurus, Madrid, 1972. CASTILLEJO, Joaquín. Ciberpunk: una nueva actitud. PC Media.
CHATEAUBRIAND, VIZCONDE DE: “Átala”.
FARRERAS, Daniel F. (1995) Lo fantástico en la literatura y el cine. De Edgar A. Poe a Freddy Krueger. Ed. Vosa, Madrid.
GRAS BALAGUER, M., El Romanticismo, Montesinos, Barcelona, 1988.

ISAACS, JORGE: “María”. Buenos Aires. Lumen. 2001.
LARA, Rafael (1999) El terror en el cine El Nuevo Diario 31/8/ 1999 Managua, Nicaragua.
MARTÍNEZ MARÍN, A. (1992) Antología española de literatura fantástica. Valdemar, Madrid.
VÁZQUEZ DE PRAGA, Salvador (1983) Héroes de la aventura. Los grandes mitos de aventuras. Ed. Planeta.
Revista Ocio Joven.com http://www.cinefantastico.com/histori2.htm
Críticas literarias de:
· Giovanni Restrepo Orrego
· Cela Romeo Castro
· Benito Varela Jácome
· Ricardo Rodriguez Morales
· Adriana Bida
Laura Raquel Kagerer
Profesora de Portugués. Actualmente se encuentra en situación de tesis en la Maestría en la Enseñanza de la Lengua y la Literatura, de la Universidad Nacional de Rosario.
Directora de Carrera del Profesorado de Portugués ( ISFD "E. Sábato")

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