miércoles, 28 de octubre de 2009

ESCRITURA CREATIVA


PÁJAROS DE PRIMAVERA (HAIKUS)


Marisa Alvez

Traducción al portugués: Laura Kagerer


I

Noche de luna.
Sueño de la canoa
meciendo adioses.

Noite de lua.
Sonho da canoa
mexendo adeuses.


II

Guiños de luz
sobre la madreselva.
Leve aleteo.

Piscares de luz
Sobre a madressilva.
Leve adejo.

III

Sobre la tapia
desolada, triunfante,
regio jazmín.

Sobre a taipa
Desolada, triunfante,
Régio jasmim

IV

Polvo y relinchos.
La cabalgata aturde
al horizonte.

Pó e relincho.
A cavalgada aturde
Ao horizonte.

V

Indiferente,
el ceibo se desangra.
Rojo crepúsculo.

Indiferente,
a corticeira dessangra.
Vermelho ocaso.

VI

Silbos del viento.
Canciones del amor
bajo los pinos.

Silvos do vento.
Canções desse amor
sob os pinheiros.

VII

Vuelven los pájaros
Después de la tormenta.
Y el río canta.

Voltam os pássaros
Depois da tormenta.
O rio canta.

( Del libro "Viento de pájaros", poemario bilingüe de próxima aparición)


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CRISÁLIDA

Olió la lluvia antes de sentirla, antes de que el cielo se ensombreciera, antes de que los pájaros se agitaran presurosos, antes de que los batientes de las ventanas empezaran a corromper el silencio…
El aroma era fresco, claro, dulce, inquietante…Comenzó a descender en círculos, en pequeñas ráfagas, en aletazos de viento, revolviendo el blanco de su blusa, desnudando sus cabellos, taconeando en el apuro de sus pasos ante lo imprevisto…
Sin embargo, no había nubes, a ver, quizás sí, alguna, apenas una hilacha desprendida del cielo impecable, y el día bostezaba extremadamente brillante, con reflejos metálicos y viriles, allá arriba, lejos de las sombras de los edificios…mientras el perfume se acentuaba y se volvía cada vez más embriagante, un olor a lluvia exacerbado, extremadamente bello, mezcla de tierra mojada y espuma de mar. Al sentirlo, la mujer recordó la fragancia lejana de una rosa cuyos pétalos amarillos se habían deshojado sobre el pretil, en un atardecer de pronto demasiado solitario, y un tenue estremecimiento le hizo cerrar los ojos un instante…Un olor demasiado extraño y arrebatador, traído quién sabe de qué recóndito paraje olvidado por los hombres y quizás, también, por los dioses.
Y por supuesto, en medio de las sombras que poblaban los andariveles inferiores, nadie aparentaba notarlo. Todo era idéntico a las otras mañanas, la luz demasiado distante, las aguas del canal apenas en movimiento, la capota de una góndola alejándose hacia el sur, la barandilla marmórea del puente, los huecos mudos de las ventanas…
Nadie notó nada hasta que la lluvia comenzó a caer, menuda, dorada, destellos de sonrisas y amaranto, bañando los edificios antiguos, tiñendo los dinteles, coloreando las sombras. Y ni aún así nadie se alertó, eso era común, las cosas habían cambiado tanto, ya no se diferenciaban los días y las noches, que variaban inquietos y densos con el humor de los habitantes.
Sin embargo, con firmeza inaudible en esa ciudad, algo se estaba modificando. La lluvia diligente y ágil no se escurría, no bajaba, no se perdía en los resquicios del puente, ni en la quietud de los canales, ni en las balaustradas de las últimas ventanas. Quedaba estática, suspendida, dorándolo todo como una delicada cortina de luz, un biombo translúcido y mágico…mientras el aroma crecía, la intensidad prosperaba y las ropas se liberaban, los recuerdos se perdían y los nombres traicionaban la memoria.
Empujados por el hallazgo del perfume- ay, esa fragancia a rosa perdida- e impregnados de lluvia, los finos tobillos de la mujer se iban volviendo también traslúcidos y alados, en medio del vacío mudo y absoluto del puente, un arco perfecto sobre el recuadro impresionista del canal.
Ya sin tiempo, sin lugar, inmemorial por lo desmemoriada, seducida por la luminosidad de oro, la mujer que había olido la lluvia se dejó suspender, se dejó inundar por la fragancia y por la minucia de las gotas, crisálida de albor irradiando, hasta que ya no se sintió, no fue, no tuvo peso, ni forma, ni nombre- solo una fragancia de rosas amarillas-, y se elevó en un remolino suave de luna creciente, en medio de esas bellísimas chispas de rocío dorado, hasta perderse en el cielo casi sin mácula, como un vago signo de interrogación sobre la absoluta y descarnada perfección del arco.

Marisa Alvez

Licenciada en Letras. Profesora en Castellano, Literatura y Latín. Cursante de la Diplomatura Superior “Lectura, escritura y educación” (FLACSO- Argentina).
Ha participado en los siguientes volúmenes:
“Antología de Escritores Cruceños” (1998), “Huellas (Poemas del Aguante)” (1999), “I Antología Poesía / Cuento 2008” Premiados 2008- Ed. Ruinas Circulares (2009) y “Compañeros de vuelo” (Antología) – Ed. Mis Escritos (2009)-.
Coordinadora del Taller Literario “Yasyrendy” (1999), cofundadora de la revista literaria “Amandayé” y miembro de su equipo editor responsable (Octubre 2002- Octubre 2004).- Periódicos y revistas regionales y provinciales han publicado algunos de sus trabajos.

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